domingo, 2 de septiembre de 2007

41.- "El paro ha destruido mi vida"

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Mi Diario. Reunión del veintitrés de julio de 2005. Sábado.
De Esteban.

Querido Carlos:
Recuerda con que cariño, interés y atención hicimos María del Mar y yo el Cursillo. Para nosotros fueron unos días deliciosos y mientras volvíamos todas las noches a Galdar a dejar a Marimar, luego yo volvía a Guía, a mi casa, nuestra conversación era confiada y profunda. Nos iban calando hasta las intimidades del alma los temas y las reuniones de grupo, y aunque tú hablabas mucho en el grupo, como te reprochaba Elena, tu mujer, a nosotros nos encantaba escucharte y queríamos asimilar cada idea y cada vivencia para hacerla realidad en nuestro matrimonio y vivirlas a tope en nuestras vidas.
La charla de la fe nos dejó ya tarumba. Fue la caída del tren de alta velocidad del materialismo y la rutina en que nos tiene atrapados la vorágine de este mundo en que vivimos, que entre velocidad de vértigo, nunca hay tiempo para nada, y la cantidad de necesidades que nos crea “para poder ser feliz”, como tú dijiste “la chispa de la vida no es ningún refresco”, no nos deja ver ni el camino, el paisaje tan maravilloso que a veces atravesamos, o el tan desastroso hábitat que hemos creados para muchos hombres, ni nos deja soñar con la meta, la cima de la montaña, el Everest que subimos, ni nos deja fijarnos en los demás que corren desaforados por el mismo camino de la vida que nosotros.
Sí, como Pablo del caballo, nosotros caímos de nuestro tren moderno. Aquella noche decidimos Marimar y yo dar el diezmo de nuestro tiempo del que hablaba, La Iglesia necesita hoy el diezmo del tiempo de sus hijos, los cristianos, no su dinero, y para poder hacerlo juntos incorporarnos poco a poco a prematrimoniales y trabajar con otros novios..
¡Qué hermoso parecía todo! ¿Recuerdas? Al final del último día te dijimos que queríamos hablar contigo, para después del viaje de novios empezar a formarnos para poder ayudar en Prematrimoniales.
Nos animaste y nos dijiste que Dios no se deja ganar nunca. Que da el ciento por uno aquí abajo, luego su Vida eterna, y que tú y Elena habíais recibido mucho de los novios y el “anunciar el Evangelio del Amor” que es la total Buena Nueva de Cristo, os había exigido muchas veces superaros en vosotros mismos para que no fuerais campana que retiñen sonidos armoniosos y preciosos pero vacías y huecas por dentro.
¡Cómo recuerdo aquellos días, Carlos! Nos casamos. Nos agradó muchísimo verte y darte un abrazo y a Elena un beso en la puerta de la Iglesia. No os quedasteis a tomar una copa porque teníais una reunión de padres en el Colegio de Fer, vuestro hijo.
Volvimos felices, llenos, contentos, compenetrados y armoniosamente unidos en cuerpo y alma. Nos volvimos a ver y fuimos a dos o tres cursillos a empezar a aprender sentándonos con vosotros en el grupo y recordando el nuestros.
Nos animó mucho cuando nos dijiste que nuestro testimonio tenía fuerza de Dios y era atrayente, pues eran las vivencias de una pareja joven como las del grupo y recién casados.
Pero empezaron las dificultades y ya no volvimos. Yo trabajaba como vendedor de coches. Te quise vender uno, ¿recuerdas? Ella de manicura en una peluquería de Galdar. Me quedé sin trabajo. María del Mar para ganar un poco más empezó a recibir clientas en casa. Yo a dar vueltas como una peonza para encontrar trabajo. Ella me animaba.
Que tuviera paciencia, que yo valía. Pero pasaban los meses y la hipoteca de la casa nos ahogaba. Yo empecé a deprimirme y a considerarme un perfecto fracasado sin porvenir alguno. Ella trabajaba horas y horas pero con su trabajo no nos daba abasto. Empezó también a ponerse nerviosa y más con mi nerviosismo. Y del amor y la ayuda pasó al mal humor y el reproche. Que si siempre había sido un hijo de papá, que si vivía muy bien holgando a costa de su trabajo, que si hasta los más tontos encontraban donde trabajar, que si sólo aspiraba a un trabajo del alto standing, que si patatín, que si patatán.
Tan nerviosos estábamos que llegamos a las palabras fuertes y a los insultos. Y una noche decidí separarme y volver a casa de mis padres. Por lo menos allí sería considerado como persona. Y con paz, encontrar trabajo. No creas que no lo busqué. Fui rebajando las exigencias y a fin me daba igual trabajar de lo que fuese. Antiguamente se decía de barrendero. Hoy no, porque ganan un pastón.
Nos sentamos a hablar un día después de decidir que lo haríamos desde la serenidad. Nos costó pero lo hicimos. Y resultó que nos queríamos. Quizás más que nunca. Y que nuestro nerviosismo había crecido como bola de nieve porque veíamos sufrir al otro más que a nosotros mismos y no veíamos salida.
Decimos pacificar nuestras relaciones y luchar juntos. Si era necesario vender la casa y cerrar la hipoteca. Y vivir con sus padres que ya se habían ofrecido a ser ella hija única y tener una casa grande.
No fue necesario. Dios aprieta, dicen, pero no ahoga. Volví a vender coches en una empresa aún más fuerte y apetitosa por precios y calidad. Por cierto ¿quieres uno? Ves soy el mismo que quiso aprovechar el cursillo para venderte un coche.
Ella trabaja más tranquila. Sigue en casa porque le da mucho más dinero y tiene algunas clientas que va una vez cada quince días a sus casas y aún cobra más.
Y ahora viene lo mejor, Carlos. Díselo a Elena que saltará de júbilo. Estamos esperando un hijo. Para dentro de siete meses.
Ya hemos salido, pero que amargo es el paro. Que frustrante. Que desintegrador. Que difícil de aceptar y de superar. Cómo rompe a las personas. A punto estuvo de romper nuestro matrimonio y casi destruye nuestra unión y amor. Si los hombres nos amaramos de verdad como hermanos, si el dinero no fuera el fin de la vida para tanto explotador, la primera preocupación de cada uno sería crear una sociedad con empleos dignos para todos, porque aunque tengas para comer y vestir, que debíamos estar contentos, según San Pablo, el no tener empleo o trabajo merma la libertad del hombre, destruye su propia estima y le crea un complejo de fracasado y de inútil que hace que cada segundo de su vida sea un martirio de angustias.
Queremos veros y sentir cálida vuestra amistad como entonces. Un beso muy fuerte de Marimar que está muy ilusionada y feliz con su futura maternidad. Yo creo que cuando me digan que soy padre me caeré de espalda, espero que sobre un sofá, embargado en felicidad.
Un abrazo, Esteban.
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