domingo, 2 de septiembre de 2007

30.- "Porque para Dios nada es imposible"

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De Javier.

ENEMIGOS DEL AMOR.
Enfermedades que se ocultan. “Mi mujer es estéril”

Mi Diario. Reunión del catorce de mayo de 2005. Sábado.

Cuando me casé, querido Carlos, yo no sabía que Cristina era muy posiblemente estéril. Cuando durante el noviazgo había salido el tema de los hijos, cosa muy natural en la pareja que pone sus ilusiones también crear una familia numerosa, nunca había hablado claro. Siempre, es verdad, había añadido “si los tenemos”, “hay muchas parejas que nunca tienen aunque los buscan”, “en último caso se pueden adoptar”, y otras expresiones parecidas, que no me alarmaron ni me hicieron sospechar nada de nada. Eran como hay una posibilidad como en otras muchas parejas de que no tengamos, no hay una seguridad plena de tener. Pero nunca, nunca había habido una expresión clara de que ella, tras aquella enfermedad y aquellos análisis y sus resultados, tuviera la casi seguridad de su esterilidad por las afirmaciones de los médicos en ese mismo sentido. “Puedes ser estéril.” Terrible sentencia, pero muy cercana a la verdad. No sabían si de nacimiento o como consecuencia de todos sus males infantiles y juveniles que fueron muchos y variados. Tampoco puedo afirmar que lo ocultó con malicia, es decir para que yo no lo supiera y no me echara atrás por ello, o si realmente nunca se lo creyó del todo, porque le hería, le dolía y temía creerlo. Era como una cerrazón a la fuerte luz que quema los ojos y estos se cierran cada vez más en su defensa.
Lo cierto es que cuando empezaron a pasar “los tiempos” con todas las puertas abiertas, con todas las búsquedas en plenitud, con la paternidad por mi parte anhelante, y creo sinceramente también por la suya, agarrándose a la última esperanza, fundamentada solo en su engaño a si misma, y el embarazo no se producía, empezó a entrar en una zozobra, una angustia, una inestabilidad de carácter y ánimo, de trato, sobre todo hacia mí, a veces casi agresivo y sin motivo, que me alarmó profundamente.
¿Qué te pasa, Cristina, qué te pasa? A mí puedes decírmelo. Le decía precisamente a quien ella memos deseaba revelárselo.
Un día, creo que ya en el sumum de su dolor, casi paroxismo, explotó en mis brazos.
Javier, sin querer, sin quererlo, te he ocultado siempre algo que tu tenías derecho a saber antes de casarnos. No lo hice con malicia, de verdad. Quizás fue el miedo, el temor inconsciente al rechazo, el que me dejaras de querer, y la falta de convencimiento en mí de que fuera algo seguro por lo que no te dije que los médicos me habían diagnosticado una esterilidad casi segura. Por eso no nos vienen hijos. Déjame si quieres, abandóname porque no merezco ni tu perdón ni vivir contigo. Y tú tienes derecho a tener hijos con una mujer que te quiera y te los pueda dar.
Todo esto lo dijo entre lágrimas y yo diría que convulsiones de dolor y angustia.
Mi instinto y mi cariño no hicieron sino abrazarla más fuerte, muy fuertemente, a pesar que el mazazo en mi corazón lo había partido en dos. El de no poder tener hijos, la ilusión de las ilusiones de mi vida y mi ser, y el secreto abierto entre los dos como un profundo precipicio, sin fin en su hondura, sangrante en el corazón de Cristina, y que había roto durante todo este tiempo la integridad de la confianza mutua.
Con todo, la volví por segunda vez a abrazar mientras lloraba y lloraba. Pero, Carlos, me di cuenta entonces como la quería por encima de mi mismo. De mis deseos, de mis derechos, de sus limitaciones, de sus engaños, más a sí mismo que a mí, y hasta de su amor, tan mal basado en la verdad, “yo la quiero por encima de todo, mi amor no tiene límites para ella,” que vivió en el engaño porque me quería tanto que no sabía perderme.
No vi en su engaño, desamor, egoísmo o posesión obsesiva, sino un amor, que en sus ribetes de imperfecto, podía ser más amor.
Cristina, amor, si yo lo sabía. Bueno, lo sospechaba. Pero yo me casé contigo y para siempre y te acepté y recibí en el Sacramento, tal como eras en aquel momento. Sí, debiste tener fe en mi y decírmelo, sabiendo que yo te quería por encima de todo y que para mí no había como pareja otra mujer sino tú, con hijos o sin hijos.
La angustia de su pecho, junto al mío, muy junto al mío, se fue llenando de serenidad y los bombazos de su corazón y las casi convulsiones de su cuerpo, fueronse haciendo calma en el mío.
Aún lloró largo rato, con lágrimas lentas y dulces. Yo le besé los ojos y con mis labios se los sequé varias veces. Busque su boca, escondida en mi pecho, y se la bese suave, muy suavemente, muy largamente.
¿Me perdonas? ¿Me quieres todavía, a pesar del daño que te he hecho y te hago? Después de unas caricias, amables, sencillas e íntimas, solo en el amor, abrazados nos quedamos dormidos.
Hoy, Carlos, los médicos la han vuelto a ver y le has dado esperanzas. Me lo ha dicho como loca de alegría. Pero mientras tanto se produzca el milagro de la prima Santa Isabel, “Y a la que llamaban estéril entre en su sexto mes”, hemos adoptado dos niños. Cristinita, ya con tres años y Javi, mi primogénito varón, con casi uno.
Y si llega un tercer hermano, tendremos preparado el hogar de nuestros corazones para recibirlo, “Porque para Dios, nada es imposible.”
Creo que en el sufrimiento del callar de Cristina tanto tiempo, aún en el error, y en el perdón del corazón, de mi corazón, tan profundo que no ha dejado ni huella, ni resquicio ni recuerdo, Dios ha hecho posible que nuestra pareja esté más unida que nunca, que nos queramos más que nunca, y que con esos dos ya en casa, seamos una familia cristiana y con mucho sabor de hogar, y si viene el tercero será una nueva bendición de Padre Dios que quiere tener y compartir un hijo más con nosotros, posible, “porque para Dios no hay nada imposible” y si Isabel estaba en el sexto mes, Cristina puede estar muy pronto en el primero.
Un abrazo fuerte. Cristina te manda un beso fuertísimo. Ella ha sido la que me “ha obligado a escribirte”, por sabía que tú lo sabías en la intimidad del secreto y la confidencia del corazón, que le habías aconsejado volcar su corazón en la comprensión y el amor del mío, que incluso le hablaste del riesgo de un matrimonio nulo, por simulación, y que ella en su terror a perderme, así de enamorada estaba, no te escuchó.
Hoy al confiarnos a ti, para la tranquilidad de tu cariño por los dos, pero sobretodo por el dolor que sabías estaba viviendo Cristina, sabemos que estarás ahora poniendo tu alma de rodillas al terminar de leer estar carta y le estarás diciendo a nuestro Padre y Dios: “Lo esperaba confiado de Ti, porque nos quieres con amor infinito. Gracias Señor, gracias Señor, por Cristina, Javier, Cristinita y Javi, por su hogar y amor, por su familia que es Tu familia, y si es tu Voluntad y tus designios providentes por el que podrá ser tu nuevo hijo, porque para Ti, Señor, nada es imposible. Gracias de nuevo, Señor.
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