lunes, 4 de febrero de 2008

09.- "La vuelta a casa. ¡Y al trabajo!"

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Mi Diario a uno de septiembre de 2004. Miércoles.

Ya estamos en nuestra casa de nuevo José Carlos y yo. Bajamos las maletas del coche, llenas de bañadores, pareos y pantalones cortos, y alguna “ropita” para vestir, ¡ y salir con José Carlos a cenar o a bailar, o mejor a ambas cosas!, una caracola grande y preciosa que encontré paseando por la playa, los “arreos” de aseo, como los llama José Carlos, mis potingues de belleza y un sombrero precioso de paja a juego con un bolso de playa también de paja que me regaló José Carlos en una boutique del Puerto de Andraix.
Como te conté, mi querido Diario, hemos ido una semana a Mallorca a casa de sus tíos los Rivero de la Frada, su tía Emilia y su tío Pablo. Las otras tres semanas, una con sus padres, en un pueblito de la costa levantina, Benissa, que es una preciosidad, a un hotel maravilloso en la costa Blanca, nos invitaron sus padres, con ellos y sus hermanos solteros, y dos, con los míos, en el Sur de Gran Canaria.
Unos días antes de irnos a Benissa, salimos los dos solo en la lancha, un botecito con un motor fuera boda, de su tío Pablo.
Nos refugiamos en una cala de piedras solitaria de aguas transparentes y calmas. Desde
la punta de mi roca podía ver el fondo del mar como al alcance de mi mano. No temas tirarte, me dijo José Carlos, ahí hay más de cinco metros de profundidad. No puede ser, y me lance a tocar las blanquísimas arenas del fondo. No pude llegar.
Me tendí de espalda sobre una roca plana a su lado y me solté la parte alta del bikini para que se me tostara toda por igual. Estaba pensando en el traje largo y de noche que iba a llevar una semana después para la boda de su prima Clara, en Madrid. E hice lo que jamás pensé que hiciera ni había hecho en mi vida en ninguna playa, pero que muchas chicas hacen hoy sin ningún corte y con toda naturalidad. Me di la vuelta boca arriba y dejé que cayera a un lado el sujetador del bikini. Levanté mis ojos hacia José Carlos, me ruboricé un poco, a pesar de ser él, le sonreí con la mirada, ofreciendo mis pechos. El se me quedó mirando, prendado, muy quieto al principio y despacio se inclinó sobre mí y me besó en los labios. Lo atraje hacia mi cuerpo, como tantas otras veces en la intimidad, y luego, zafándome, me tira al agua semidesnuda. Fue una sensación inolvidable sentir el agua acariciando mi cuerpo hasta que sentí el calor de las manos de José Carlos que me cogió puesto a mi espalda. Nos mantuvimos así un largo rato y luego jugamos un poco a nadar y escabullirnos, a echarnos agua la cara, a zambullirnos en lo profundo, buceando, a cogernos y abrazarnos. No iba a contarte esto porque aún me poco un poco colorada y porque a mejor tú también te pones. Pero es mi marido, estábamos completamente solos en una cala inaccesible y sentí que “la aventura de ese día” marcaba los recuerdo de los dos en una profunda unión de marido y mujer. Cómo se han quedado grabados en mis ojos el color azul del mar, el parduzco de las rocas con sus algas verdes de aquella preciosísima cala de Mallorca.
¡Aún siento el calor, sobre mis pechos fríos y desnudos, de las manos de José Carlos, y la presión de mi espalda en su pecho desnudo mientras acariciaba dulcemente mis senos y con sus dedos rozaba con suavidad mis erectos pezones! Sentí que por mis pechos corría toda la vehemencia de mi amor por José Carlos, que por sus dedos desborda todo su cariño por mi persona, por su Ana, y que Dios se hacía presente en el placer que nos unía dando un profundo sentido unitivo a nuestro matrimonio y a nuestro sacramento, y haciendo realidad viva las palabras de Cristo "serán un solo cuerpo y una sola carne". Quién no ama el placer, no ama a su Creador. Quien lo pone como último fin, tampoco. Mi "yo" como centro del universo. Todos los seres y cosas al servicio de mi placer. El placer por el placer. Nos había dicho Carlos en una reunión de grupo. Así nos creo Dios en el Paraíso en la bendición original de nuestra creación, en su primer soplo divino. Teología del placer, humano y cristiano. Sentí mis pechos llenos de placer físico, limpios e inmaculados, que me acercaban a mi Dios, en una común unión, comunión de todas nuestras dos personas humanas, sensibles y corporales, con su Persona, divina, amorosa y paternal. Sentí que todo mi espíritu, mi mente y mi corazón, mi cuerpo hasta en la célula más pequeña de él, estaban sumergidas e inmersas en la Bondad divina que no disminuía ni un ápice mi placer corporal, ni mi gozo matrimonial, ni mi sacramento hecho carne y unión física. ¡Cómo tenemos que agradecer a Dios esta maravillosa sexualidad y sensualidad humana regalo espléndido de su mano generosa! ¡Gracias, Dios mío, por haberme dado un cuerpo tan sensible y humano, en aquella bendición primera del paraíso, cuando nos creaste!
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