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Mi Diario a seis de agosto de 2004.
La espera esperanzada.
Mis queridos amigos:
Os escribo con un barrigón impresionante y con los días, las horas quizás para irnos al Hospital, al Materno, para dar a luz. La canastilla está preparada y todo lo que me tengo que llevar, para mí y para Clara, ya en la maletita. Tomás está nerviosísimo, mucho más nervioso que yo, y yo permanezco en casa de mis padres, donde nos trasladamos hace unos días para esperar el parto y porque después de él, volveremos aquí, a fin de que cuando Tomás se vaya a su trabajo, yo no me quede sola sino en compañía de mi madre.
Voy contando los días, las horas y los minutos en una cuenta marcha atrás toda llena de esperanza y de impaciencia. Tengo unas ganas las de ver ya el rostro me mi hija Clara. Clarita. Ya sabéis todos que hemos elegido Tomás y yo para padrinos a Clara y Jorge.
En mi casa algunos de mis hermanos torcieron un poco el seño cuando se enteraron pero cuando les contamos las razones hubo asentimiento y aprobación.
Mi hermano Julio se atrevió a pedir el padrinazgo para el siguiente, ”que espero que sea pronto, pues no estoy dispuesto a esperar” Reímos todos.
Este año no nos podemos tomar las maravillosas vacaciones del año pasado en Mallorca. Pero la felicidad de estos días será “el ciento por uno” prometido por el Señor. Ya me figuro abrazándola entre mis brazos, desnudándome el pecho para que como una tierna corderita chupe con deleite de mi pezón, cambiándole los pañales, llenos de pipí y de caca, para luego pasarle una esponjita con un poco de crema suavisante para que no se me irrite, mecida en los brazos de Tomás, que la cogerá con miedo a que se le rompa, casi sin saber que hacer con ella, ver la cara de mi padre, su abuelo, mientras la contempla en sus brazos, acallarla en los brazos maternales y cariñosos de mi madre, mirar a Tomás mientras mira orgulloso a su padre y a su madre, con su nieta en brazos, saltar de mis hermanos y sus hermanos disputándose cogerla un momentito de la cuna, esperar con paciencia e ilusión el día de su bautismo y veros a todos vosotros, mis amigos queridos, en la habitación del materno haciendo cola para ir entrando en mi habitación sin que la enfermera crea que es una invasión descontrolada y apabullante.
Y volver a casa, primero unos días a casa de mis padres, y luego cuando yo me encuentre ya más fuerte y recuperada, unos días de reposo y luego una gimnasia suave que me haga recuperar mi silueta, en nuestro hogar, esperando que se oiga el llavín en la cerradura y entre Tomás anhelante de asomarse a la cuna y ver a Clara dormida o sonriendo.
Bueno, estamos sicológicamente reparados para que su presencia sea de calmas o lloros. Para las interrupciones del sueño, para darle de mamar, cambiarla, dormirla.
Tomás dice que aunque el trabaje al día siguiente y yo no él, el padre, afirma con orgullo, se levantara a cambiarla y me dejará que sea yo cuando tenga que tomar el pecho. Pues faltaba más, le dije riendo.
Aún no han empezado las contracciones pero el ginecólogo me ha dicho que ya estoy “perita en dulce” para que en cualquier momento venga el parto.
Pienso cómo esperaría María los días antes de nacer Jesús, cuando la pobre tuvo que montar en el asnillo y caminar hacia Belén, entre la angustia de que naciera sin medios para tenerlo con cuidados y la alegría de ver que ya se acercaba en nacimiento de su Dios y Señor, hecho hombre en sus purísimas entrañas.
¿Cómo pensaría Ella que iba a ser el parto? ¿Rompería su virginidad o Dios proveería de otro modo?
Cuando se lo comenté a mi madre ella me respondió: Como decía el Catecismo, “como un rayo de sol pasa a través de un cristal sin romperlo ni mancharlo”. Virgen Santísima antes del parto, en el parto y después del parto.
Si milagro maravilloso por obra del Espíritu fue la Encarnación, milagro para salvaguardar la dignidad y santidad de su madre fue el nacimiento sin romper su promesa de virginidad perpetua hecha por la doncella de Nazareth.
Y no es que Dios tenga a menos en parto con dolor, “con dolor parirás a tus hijos”, aceptado y amado por sus hijas tanto por ser “su creación” como su mandato, y que yo sé que me santificará y acercará a El, en el dolor y sin el dolor, porque será el maravilloso momento que Dios Padre y Tomás y yo compartamos la paternidad divina en nuestra paternidad humana. Cómo no va a ser este momento santo y santificante.
Le amos a dar una hija a Dios y Dios nos va a dar una hija. Gracias, Señor y Padre, gracias Jesús redentor y salvador nuestro, gracias Espíritu del Amor, por hacer nacer un nuevo y vivo amor, por el amor de Tomás en mi cuerpo y en mi alma, por mi amor a Tomás en su cuerpo y en su alma, por haberla engendrado en el amor, y para el amor.
Dios sea benito y loado.
¡Ven, Clara, ven pronto a los brazos de tu madre, María, que te espera con agradecimiento, gozo y esperanza!
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lunes, 4 de febrero de 2008
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