lunes, 4 de febrero de 2008

18.- "Vuelve a nosotros es tus ojos misericordiosos"

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La Virgen María.

Mi Diario. Reunión del cuatro de diciembre de 2004. Sábado.

Como se acerca el día de la Inmaculada en la reunión pasada quedamos con Elena y Carlos en tratar el tema de la Virgen María en nuestras vidas. Nuestra relación con ella, su influencia en nosotros y en especial en el grupo, para la que es su centro y ayuda.
“Vuelve a nosotros esos tus ojos, misericordiosos” se va a llamar el tema, y tendrá como fondo, cómo nos ve María como novios, ella que fue, nos dijo Carlos, la maravillosa novia de José.

Esta es la fotocopia de la
Carta de Bernardo. :
Puerta de Tierra. Vistahermosa. Cádiz. 8 de diciembre de 1948
He de decirte, amigo Carlos, que desde muy joven mi corazón perteneció por entero a la Madre de Jesús. En mi Colegio, San Felipe Neri, de los Marianistas, desde parvulitos, a nosotros nos llamaban “primera”, nos fueron inculcando que María era nuestra Madre del Cielo y que teníamos que quererla mucho. En clase, al entrar y al salir siempre se rezaba una “Ave María”. Y era raro el día que al entrar en el Colegio despu´s de comer no nos desviáramos por un pasillo lateral de la entrada para entrar en la Iglesia y saludar a Jesús y a la Virgen que presidía el altar. A mi me llevaba mi hermano mayor; Guillermo que era el que nos traía desde casa al Colegio, que estaba a diez minutos andando. Como era bastante pequeño y casi no sabía rezar solo la miraba y le decía “te quiero mucho, mamá”
Fueron pasando los años y de Cruzado, soldado de Cristo, pasé a Aspirante en la Congregación de María Inmaculada, que era la aspiración de muchos y para la cual había que ser elegido.
Para mí fue una alegría inmensa, quizás la más grande, dentro de mis catorce años. Ella, la Madre de Jesús, se había fijado en mí.
He de decirte que en casa éramos una familia cristiana normal, de misa dominical y rezo al levantarse y acostarse. Pero no mucho más, sino costumbres “de gente de bien”, como se decía entonces.
Un año después fui admitido a Congregante, “ya me podía consagrar a María” y el día de las promesas y de la consagración fue de nuevo otro día muy feliz. Me impusieron una medalla de María, “María Duce religionae et patriae” María Capitana de la religión y de la patria, con un cordón azul y blanco que la sostenía.
Desde aquel día mi vida tubo un talante especial. Me sentí querido, protegido y mirado con ojos de misericordia por la Madre de Dios. Con la naturalidad de un hijo con su madre yo me dirigía a Ella, “Nova bellum elegit Dominum”, y con la naturalidad de hijo sentía su protección y amparo, en mi camino de amor a Cristo. Eran gestos sencillos, peticiones pequeñas y cortas, o agradecimientos espontáneos de una solo palabra como gracias Madre, gracias, María.
Así transcurría la vida mezclándola en todas sus circunstancias. Como pequeño aún en el amor, y apegado a mis necesidades, no es esta la actitud del niño ante su padre, un poco egoísta e interesada, más llena de peticiones que de servicios, a Ella acudía no solo en mis necesidades ante las dificultades y porqué negarlo y tentaciones del alma sino también en las puramente materiales, que ganemos este partido, que me mire aquella chica, no son así los primeros enamoramientos o me gusta esa niña, veraneante de Córdoba o Sevilla, que me salga bien este examen. Porqué admirarse. ¿no era Ella mi Madre y era esa un poco su misión o papel?
Así pasaron los años de mis estudios de bachillerato. Cuando llegué a quinto, decidí irme a Madrid para hacer dos años en uno, sexto y séptimo, después revalidad, aún no existía el Preu que ya cogieron mis compañeros como primeriza promoción, en el Instituto San Isidro, por libre, y tras varias peripecias que ya te contaré, llegué a la prueba final, la Revalida. Universidad vieja de San Bernardo, en el centro del Madrid antiguo y creo que Austria. Mi hermano Jorge estudiaba derecho allí.
Iban pasando las pruebas, escrito y admitido para el oral. En el examen de Ciencia, Biología y Ciencias Naturales, sentado en los bancos de madera alargados y continuos, desde casi el gallinero del aula, veía el estrado, inmenso, de madera, con una inmensa mesa también, ancha de dos metros, larga de cuatro o cinco, donde tres o cuatro catedráticos o profesores de la Universidad iban llamando por la lista de los ajusticiados a los pobres examinandos que nos refugiados en los altos, largos y viejos bancos.
Allí esperaba yo entre dos chicas que acababa de conocer y un chico que también venía del San Isidro. Yo jugueteaba con mi medalla de congregante que hacía años había perdido su cordón azul celeste y blanco, pero que jamás se había separado de mi bolsillo.
¿Qué es eso? Me preguntó Isabela, que era la chica que estaba a mi derecha, esperando conmigo. Mi medalla de Congregante. Y para qué te sirve? Añadió. Fue como una inspiración o impulso sin pensarlo. Cogí el grueso librote de SM de Ciencias Naturales, cerrado encima del pupitre y introduje la medalla entre sus hojas y lo abrí de golpe. “Algas, hongos y líquenes” era el título de la pregunta La leímos en alo, a media voz, los cuatro. Sonó mi nombre bajé los largos y sonoros escalones. Siéntese, por favor. Y me senté frente a mi examinador y juez. Me miró casi sonriente. Hábleme de las algas, hongos y líquenes, me dijo fijándose en el programa temario que tenía delante. Fueron unos segundos solo en los que crucé mi mirada con mis tres nuevos amigos. Sonreían. Volví a mi sitio a esperar que llamaran a mis compañeros. Bajó tras tres o cuatro más, Luisa y luego Félix. Un cuarto de hora después le tocó a Inés con el mismo profeso que a mí. Algas, hongos y líquenes. Por lo visto era una pregunta que le gustaba y repetía mucha frecuencia, según nos pudimos enterar después.
Cuando subió Isabela me besó fuerte. En la mejilla, no te escandalices.
No te comento más, Carlos. Solo te diré que os fuimos a tomar una cerveza y unos bocadillos de calamares al Madrid viejo. Me gustaría saber qué ha sido de Isabela, Luisa y Félix.
Y no creo en la suerte ni en el azar. Sólo ceo en la providencia de Dios, en su cuidado de Padre con nosotros sus hijos, y a mi corazón, en su providencia a través de su Madre y mi Madre. No hay providencia solo ara las cosas grandes. Los padres y las madres se tiene que ocupar mucho más de las cosas pequeñas de sus hijos y más cuanto más pequeños son. Y para la santidad y perfección de un Dios infinito, todos somos niños casi de pecho. Y aún cada da y todos los días siento sobre mí su amor de predilección inmerecido y que cada momento vuelve a mirarme con esos sus ojos, MISERICORDIOSOS.

Reunión de grupo:

Al terminar Giorgio carraspeó la guitarra y empezó a cantar una Salve Medieval en canto gregoriano.

A los cantos ceslestiales, ¡oh Virgen pia!
Respondemos los mortales, ¡Ave María!

Dios te salve Reina y Madre
De piedad y de consuelo,
Dulce vida, fiel anhelo
Para el pobre pecador,
Dios te salve a ti llamamos
Los mortales hijos de Eva
Y con lágrimas regamos
Este valle de dolor.

A los cantos celestiales…..

Ea pues Señora nuestra,
Nuestra Reina y Abogada,
Vuelve tu, la tu mirada
De cariño maternal,
Y después de este destierro
Muéstranos en lo infinito
A Jesús fruto bendito
De tu vientre virginal.

A los cantos celestiles….


Oh clemente, dulce y pia
Ruega tu Virgen María
Por el pobre pecador,
Con el fin de que gozemos
En moradas venturosas
Las promesas generosas
De Jesús nuestro Señor.

A los cantos celestiales, ¡OH Virgen pía!
Respondemos los mortales, ¡ave María!
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