lunes, 4 de febrero de 2008

10.- "MI suegra me desprecia"

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Mi Diario. Reunión del cuatro de septiembre de 2004. Sábado.

Se renuevan las reuniones después de Vacaciones de Verano.

ENEMIGOS DEL AMOR.
Enemigos del amor que están en ellos mismos (o del uno con el otro)
Intelectuales: Diferencias culturales, económicas o religiosas excesivas.


Cómo se han pasados los cortísimos días de vacaciones. Aún me parece ayer, cuando te contaba todo lo que he vivido en este primer verano de casada. ¡Qué pasada!
Como siempre copiaré aquí la “historia” base de nuestras elucubraciones, fotocopia dada por Carlos antes de irnos de vacaciones.

Primera Carta:
“Mi suegra me desprecia”. Carta de Sol.

Carlos, en confianza y en secreto, te diré que mi suegra me desprecia. Ella es de Ciudad Jardín, de familia bien, todos licenciados en cultura superior, económicamente montados en lo superfluo, les sale el dinero por las narices, y religiosamente de la Parroquia de Santa María de la Luz, de los Padres Claretianos, los evangelizadores de Gran Canaria, los del Colegio de Pago mejor de la Isla, junto con los Jesuitas. Ellos fueron todos educados con el Padre Agustín Portabella, de la mejor familia de Jerez o El Puerto, antiguos alumnos jesuitas sus abuelos, “Príncipe” de la Congregación de María e Ingeniero de Caminos, el de ella, y el de él, Abogado y fundador de uno de los mejores Despachos del Archipiélago, distinguidos por su amor a la Orden; Su padre y su marido, Abogados Ilustres, herederos del linaje familiar de hombres de Leyes.
Yo nací en el barrio de El Polvorín, en Las Siete Rotondas, y mi padre es guaguero, conductor de Guaguas, que así llaman a los autobuses aquí. Estudie en un Colegio Nacional, tuve la suerte de ser medio apadrinada por Doña Elvira, amiga de mi madre y profesora del Colegio Castilla. Ella siguió muy de cerca mis estudios y me exigía y me animaba culturalmente, hasta el punto que al terminar el Bachillerato obligó a mis padres a matricularme en la Universidad y a estudiar Derecho.
Allí, en una de esas fiestas de la Facultad para sacar dinero para el viaje fin de Carrera, que organizaban los de cuarto, yo estaba en primero, conocí a Claudio. Me invitó a una copa, un gintonic, bailamos, charlamos y quiso quedar para salir el domingo. Me negué en rotundo, pues yo era una chica de barrio y él un chico pijo de ciudad. Aquello no podía ir a ninguna parte y además me daba vergüenza que me viniera a recoger mi casa, a mi barrio. Sobre mi teléfono, mi dirección, mi familia y vida pasada cayó el silencio y el velo más espeso.
Pero empezó el cuento de la Cenicienta. El me buscó el lunes por todas las salidas de clase de primero y segundo, pues se me escapó que sí estudiaba derecho, y como es hombre de paciencia y perseverante, al fin me encontró al salir de clase de Derecho, alegre, bulliciosa, con mis amigas y desde luego olvidada de él.
Me aprisionó entre las pinzas del interés por lo desconocido y el amor a primera vista. Ya no pude zafarme de él, por más que lo intenté. Con insistencias machacona me esperaba cada día a la salida de clase, pues sabía donde encontrarme y donde yo no podía darle el esquinazo. Conforme yo me mostraba más displicente, me moría ya por dentro de interés por él, pero era un príncipe para una soñadora mendigo, más insistía e insistía. Se ofrecía para llevarme en su deportivo a casa y yo tenía que inventarme obligaciones y recado para que me dejara en el centro de la ciudad cerca de la estación de Guaguas, so pretexto de comprar algo ante de ir a mi casa.
Pero como era un pijito muy caprichoso y muy pertinaz y constante, me montó sin que yo lo notara, una vigilancia de policía secreta con sus amigos íntimos y un día estaba aparcado a mi puerta cuando salí para la Uni.
Casi me obligó a montarme en su coche. Yo para no discutir más mi negativa ante los vecinos, abrí la puerta delantera y cerré de golpe, casi de un portazo. Vamos, le dije, asustada y molesta. Callada fui todo el camino. Él también cayó y respetó mi silencio y mi medio vergüenza. Me dejó en la puerta de la Facultad, me dijo “hasta luego, Sol,” y se fue a aparcar y a sus clases. No apareció aquella tarde y yo temblaba por verle llegar y por no verle venir. Luisa, tan guasona, pero tan intuitiva, me espetó: “Estás muy seria, Sol. Estás enamorada” “Eres tonta, Luisa. Ni me he fijado en él.”
A la mañana siguiente estaba de nuevo en mi puerta. De pie junto al coche y cuando bajé me abrió la portezuela del copiloto.”Buenos días, Sol. Me encanta verte.” Ni una palabra más ni de él ni mía.
Y así fueron cuatro días. Al cuarto yo le pedí que fuera a buscarme a la salida. Que me invitara a un café fuera de la Facultad donde pudiéramos hablar. Y allí, a veces casi llorando, con las lágrimas saltadas, le dije lo imposible de que nos viéramos, lo diferentes que eran nuestras familias, nuestra educación, nuestra clase social.
Él, con un respeto casi de dios, me escuchó en silencio.
Y al terminar sólo me dijo: “Pero tú crees que puedes quererme, al menos un poco. ¿Verdad? Todo lo demás no me importa y lucharé con toda mi alma por superarlo. Yo sí te voy empezando a querer a ti. Deseo conocer más. Que seamos amigos y si Dios y tú quieres que seamos novios primero y paraje para siempre después. Tú eres la mujer que deseo sea la madre de mis hijos. Si tú quieres, de nuestros hijos.”
¿Era aquello una declaración en regla? ¿Estaba enamorado de mí, como yo, ya en lo secreto de mi corazón, lo estaba de él? Todas las noches desde aquél baile, querido amigo Carlos, lo había soñado, lánguida en mi cama, sin poder dormirme.
Bueno, cedí al fin. Seamos amigos, salgamos algunas veces, pero yo se que esta es una aventura que solo va a dejar dolor en el corazón de ambos.
Me arriesgo y procuraré que tú no sufra por ello.
¿Te he aburrido? Cuatro meses después nos hicimos novios formales, aunque ya lo éramos desde hacía mucho tiempo en el corazón. Fue una tarde horrible de tensión que él procuró distender con todas sus ocurrencias y simpatía desbordante, la de ir a su casa y conocer a sus padres. Él ya entraba por la mía con toda naturalidad y ni madre, a pesar de que estaba muy preocupada, lo trataba con mucho cariño. Tus padres son encantadores. Ya verás que buenos y amables son los míos. Y yo me echaba a temblar de solo pensar estar delante e ellos. Sus padres fueron amables y correctos. Su padre hasta algo cariñoso. Su madre algo más distante. Se superó la prueba con aprobadillo. No más.
Pasaron los meses. Estábamos locamente enamorados. El era siempre un encanto conmigo. Un cielo. Y un día que estábamos en su casa y él se ausentó un momento para comprar no sé que cosa, me quedé a solas con Doña Mercedes.
¿Tu has pensado bien si “lo vuestro”, ¡Dios que manera de llamar a nuestro amor y cariño!, tiene futuro? Con tantas diferencias, fue lo bastante discretas o cuca para no nombrarlas, ¿podrá llegar a ser un matrimonio feliz? Cuándo salgáis con amigos o estéis invitados ambas familias juntas ¿no saldrán tensiones y diferencias irreconciliables?
Cuando volvió Claudio yo ya no estaba allí. Lloré sentada en un banco de un paseo, no sé ni cual fue, pues ni me atrevía a volver a casa y contárselo a mis padres. Me buscó como un loco por todas Las Palmas. ¿Qué le has dicho a Sol, mamá? ¡Yo te conozco! Fue cinco veces a mi casa y lloró como un niño en el hombro de mi madre.
Y cuando al fin, a las once de la noche, volví a casa, estaba sentado en el rellano de la escalera, me echo los brazos al cuello y me abrazó y lloró, esta vez como un hombre.
“Sol, ni mi madre, ni mi familia, ni el mundo entero podrán separarme de ti.”
Nos casamos. Su madre aceptó resignada los desniveles entre las dos familias de poderío económico y de abolengo familiar. Pero sobre tolo, lo que más le costó, fueron las diferencias de nivel social. ¿Cómo iba ella a “enseñar” a sus amigos a sus consuegros? ¿Cómo se “portarían” el día de la boda y cómo serían sus parientes e invitados?
Mis padres pasaron carros y carretas para hacerme el matrimonio fácil. Aceptaron todas las indicaciones de Doña Mercedes conforme se fue acercando el día de la boda.
Invitamos, por mi parte, nada más que a hermanos y sus esposas, todos muy aleccionados en cómo debían vestir y portarse. Mi familia, bendita sea, fue una delicia de naturalidad al aceptar todo “para mi felicidad y la de Claudio”, al que quieren mucho, aunque a veces fueron cosas muy gordas. Claudio no cedió ante su madre ni un ápice, y era todo ojos para auscultar en mi cara y mi gesto cada “indiscreción” o “intromisión” de su madre y paliarla lo más posible sin herir a nadie. Tendremos que vivir siempre con ella, es mi madre, yo la quiero mucho y aprenderá a quererte.
Pero a veces veo el rictus torcido de Doña Mercedes cuando hay cosas que no son de su gusto o conveniencias.
¿Por qué no venís a pasar la Nochebuena aquí con todos tus hermanos, Claudio? Esto un día después de anunciar que la Nochebuena la pasaremos en mi casa y Navidad con ellos. Año Nuevo, hemos organizado una fiesta para partir las uvas con los amigos y que sea terreno neutral.
Para que cansarte, Carlos. A veces pienso que fue una gran equivocación casarme con Claudio y que hay motivos y circunstancias que están por encima del amor. Por muy grande que sea el amor, como el mío por Claudio y el de Claudio por Sol.
Un beso muy fuerte, Mary Sol. (Hoy, Carlos, creo más bien que me debía firmar Mary Sombra. Otro beso.)
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