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ENEMIGOS DEL AMOR.
La incomprensión mutua. (O de uno sobre el otro)
Mi Diario. Reunión del dos de octubre de 2004. Sábado.
Carta Jenifer:
Querida Elena: Aunque esta carta es para los dos me dirijo a ti porque como mujer sabrás comprenderme mejor.
Mi marido, Federico es mi “torre de Babel”. Y yo la suya. Ni nos entendemos, ni nos escuchamos ya. Lo que el me dice es chino para mí y lo que yo le cuento ni lo escucha pues siempre está pensando en su trabajo, en sus problemas, en sus partidos de paletas, en su coche y sus últimos embellecedores o en sus xx, espero que no sea en compañeras de trabajo o empleadas.
Bueno eso creo que no pues siempre me ha sido fiel, muy fiel y a pesar de este batí burrillo que nos hemos montado parece que sigue muy enamorado de mí. Apasionado sí que lo es y mi cuerpo le atrae una barbaridad bárbara. No puede dormirse sin unas caricias íntimas y unos besos en mi piel.
Pero entendernos lo que se dice entendernos, ni jota. La verdad es que a mí me interesan más mis partidas de Brig con mis amigas y el campeonato que nos hemos montado los jueves por las tardes, o el gimnasio por las mañanas, el masajista está como un ten, pero ojo, yo tampoco lo veo como objeto sexual sino con ojos de mujer que sabe lo que está bueno, no, no lo engaño ni siquiera con el deseo, o en plan ya serio los Colegios de los niños, Elenita va fatal con las matemáticas y “la seño”, Cristina, me ha dicho que desde luego no va a aprobar, y Francis, que es lo más estudioso, callado en clase, atento, inteligente y servicial, buen amigo y compañero que pueda darse, según Don José Luis Barbastro, su profesor y tutor en el Colegio “El Robledar” del Opus.
No pensamos igual en casi nada o en nada. En las cosas de la casa él me deja hacer lo que quiera, pues ni se mete ni le interesa. Sabe bien que yo tengo un gusto excelente, mis amigas dicen que exquisito, y que nuestra casa está preciosa y siempre original y bien decorada. En los coches, marcas, televisores y demás aparatos y cachivaches electrónicos el es el rey. Pero en la educación de los hijos, en a donde ir a divertirnos juntos, en con qué amigos salir o pasar el domingo, en las cosas que pasan y en las opiniones sobre los acontecimientos, en política no, pues yo ni entiendo ni quiero entender y con tal que sea un partido que no ataque mis principios religiosos ni mi fe, me traen sin cuidado en la economía, en la que él si entiende, y yo me dejo arrastrar por él, en las demás cosas, siempre estamos en desacuerdo. Fulano o mengana para él son dos “desgraciadillos” y para mí dos personas maravillosas. Gastamos mucha electricidad o agua, el jardín se lleva un puñado de euros mensuales entre el césped y las flores, y ates había que haber echo el taller para mis trabajos que la cuesta y la entrada para coches de la finca, todo lo vas dejando por cualquier lugar de la casa, quítame esas carpetas de encima del sofá, nunca tengo sitio para mis cosas, las películas o los compás son feísimos encima de esa librería tan preciosa de la sala de estar, porqué te pones esos pantalones nuevos para casa, no llevas los zapatos bien limpios a Misa, mis amigas te pueden ver en bata o con la camisa arrugada o manchada de pintura, cómo vas en el coche sin limpiar que ha llovido y está lleno de círculos de gotas secas, las tripas de ese enchufe que dijiste que ibas a arreglar llevan tres meses fuera, ya te has cambiado cuatro veces antes de salir, mujer, y vamos a llegar tarde, llevas treinta minutos en el espejo, me duelo la cintura con lumbago, pues a mí más la espalda y el hombro y no me quejo, “ve al médico”, y tantas y tantas desavenencias por cosas tan pequeñas que no sé cuando vamos a coincidir en algo y a estar de acuerdo a la primera. Bueno, ¿hay alguna receta para que no discutamos tanto y para que nos pongamos de acuerdo con más facilidad?
¿Se puede llegar a convivir sin discutir y sin estar a la greña siempre?
¿Tengo que ceder yo siempre para estar de acuerdo y debo hacerle el gusto cada vez que se empeña en algo?
¿Por qué hay cosas que al no interesarme a mí él debe olvidarlas, no desearlas y que no le apetezcan o aguantarse ya que yo “no tengo ganas” o paso olímpicamente porque ya me entiendes, la menopausia me ha dejado sin interés ninguno por ellas?
¿Dónde está el lugar de encuentros, la paz, la concordia y la tranquilidad del hogar para que no sea una guerra a la que a veces asisten asombraos nuestros hijos?
¿Pero es qué papá “YA” no te quiere, me preguntó el otro día Elenita con lágrimas en los ojos, mientras Francis huye a su habitación y se encierra en ella poniendo la música a todo volumen para acallar sus pensamientos y emborracharse de sonidos y no escucharnos?
Díme, Elena ¿hay remedio para esto? Contéstame pronto.
Un abrazo muy fuerte para ti y para tu marido. A lo mejor sería bueno reunirnos los cuatro y hablarlo sinceramente y sin tapujos, pues yo sé que Federico me quiere y quiere una familia unida y feliz.
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lunes, 4 de febrero de 2008
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